Desde 1950, las temperaturas extremas altas (días calurosos, noches tropicales y olas de calor) se han vuelto más frecuentes (IPCC, 2014).
Desde 1880, la duración media de las olas de calor estivales en Europa occidental se ha duplicado y la frecuencia de los días cálidos casi se ha triplicado. Desde 1960, el número de días cálidos (los que superan el umbral del percentil 90 de un periodo de referencia) casi se ha duplicado por toda la extensión terrestre europea (EEA, 2016).
En todo el mundo, se ha observado un adelanto en la floración y maduración de uvas. Aparte de los impactos sobre el rendimiento de la vid, también se espera que el aumento de las temperaturas afecte a la calidad del vino en algunas regiones y variedades de uva al alterar la proporción de azúcares y ácidos (IPCC, 2014).
Este adelanto en la fenología de la vid ocasiona que la maduración de los racimos se lleve a cabo con temperaturas más altas, afectando a la composición de la vendimia (Schultz y Jones, 2010). Esto unido al propósito de muchas bodegas de conseguir vinos más estructurados y potentes (con mejores puntuaciones por los críticos en los diferentes sistemas de clasificación) ha hecho que la maduración llegue a alargarse en demasía, con la intención de obtener una maduración fenólica completa (Jones y Webb, 2010). Como resultado se obtienen uvas con un elevado grado alcohólico probable y un elevado pH. De hecho, los productores y los consumidores ya han experimentado cambios en algunos vinos en relación con el contenido de alcohol.
Asimismo, otro indicador interesante es el Índice de Frescor Nocturno (basado en las temperaturas mínimas en septiembre), el cual determina el color y el aroma de las uvas, viéndose estos distorsionados en escenarios más cálidos (Tonnieto y Carbonneau, 2004).
Fuente: Informe de Referencia AgriAdapt y Cayo Isidro Armas Lima (Universidad de La Rioja)
https://agriadapt.eu/wp-content/uploads/2017/04/Informe-de-referencia-Meridional-FINAL_V2.pdf